FOTO: Los fieles acudieron al llamado.
Desde las 10:30 María Esther Jácome, salió de su domicilio ubicado por el centro de la parroquia Poaló occidente rural de Latacunga. Iba en busca de una plantita de maíz y romero para participar de la celebración de Domingo de Ramos.
Al conseguirlos llegó a las afueras de la iglesia, donde escuchó parte de la eucaristía del párroco Freddy Pruna, donde se habló del perdón de la misericordia y la valentía para con fe, seguir enfrentando la pandemia.
Y justamente, debido a la pandemia, esta vez fue diferente. Los feligreses se apostaron al costado de las calles, mientras el Sacerdote bendijo, desde lo lejos, a bordo de una camioneta. Mientras una canción de fe llenaba el espacio.
María Esther oraba mientras esperaba la llegada del vehículo con el Sacerdote, que con su sotana roja, era sinónimo de alegría, recreaba la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén.
En la mente de la mujer de 45 años, se recreaba las imágenes de cuando era niña. Se perdía entre la multitud. Todos tenían una palma de cera, de distintos tamaños y matices. Entonces aún no estaba prohibida. Aún no se sabía que desprenderla causaba un grave daño al ecosistema.
“Eran días muy lindos, recuerdo que íbamos en familia de paseo a Baños, es increíble cómo cambio todo con la nueva normalidad”, aseguró.
Pese a todas las vicisitudes de la pandemia, para María Esther, su fe en el día que marca el inicio de la Semana Santa sigue intacta. Mientras las bendiciones que enviaba el Sacerdote con agua bendita caían sobre el arreglo que tenía la mujer solo pensaba, en lo maravillosa que es la vida.
“Creo que más allá de ser un tiempo para quejarnos, es un tiempo para agradecer por la vida, estamos en un momento en que, tener vida es realmente un milagro”, contó.
Tras la bendición María Esther volvió a casa, a preparar los alimentos con su esposo y dos hijos. Quedaron en que no visitaran a sus padres debido al peligro. Pero una oración en Domingo de Ramos es algo que no negaron. Con la esperanza que el próximo año será diferente.