ESAS MEMORIAS

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Jueves 2 de noviembre, una mujer de la tercera edad camina con un pañuelo alrededor de su cabeza por la calle San José en el cementerio General de Latacunga, aprieta por el tallo las astromelias color naranja con la mano izquierda y con la derecha un balde con un lazo blanco, tijeras, escobilla y un trapo para limpiar la lápida del nicho donde está su marido.

Llega, suspira, lo mira, tiene la sensación de que él está ahí, que vive en las cartas guardadas y en los boleros que escucha en la radio de su cocina, los ojos llenos de memorias de una vida pasada, de sensaciones que ya no se sienten pero se recuerdan.

Su amor, su compañero de viaje en el autobús de la vida, se bajó antes que ella y  ahora vive en la calle San Pedro rodeado de los amores de otros, algunos sin flores, otros sin pintura, sin nombre  y unos pocos con detalles costosos hechos con mármol e incrustaciones de oro.

Ella vive de sus memorias, los momentos del amor que se fue, ella ahora es un corazón roto que espera el momento de reencuentro y aferrarse a lo que dicen los libros que pasa después de la muerte.

Decía el Poeta Romano Marco Valerio Marcial que “Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces”, supongo que eso es lo que experimentamos todas las personas al recordar a nuestros difuntos y precisamente de esas memorias es de las que quiero hablarles en esta columna.

 Ustedes dirán: un poco tarde para hablar de los difuntos, eso ya pasó, en efecto, esta columna tardó un par de semanas, por un bloqueo que no me permitía sacar todo lo que encierra la partida de un ser querido, lo que abarca rezar cada día, mes, año y sobre todo asimilar la partida de alguien que amas.

En un mundo posiblemente sintonizado con la tecnología de manera más consistente que con los asuntos del corazón, establecer la tradición del Día de los Muertos en la visita al Cementerio General, puede ser algo que se les deja a los viejos o a los que perdieron un hijo, un padre, un hermano o un amigo recientemente.

Cuando era pequeña nunca sentí temor de ir al cementerio, nos levantábamos temprano para ir con mi abuelita a colocar tarjetas que ella misma escribía con su nombre y el de mi abuelito para colocarlas en los lazos que adornaban, tumbas, mausoleos y nichos, con esto los familiares de quienes  en vida fueron, sabían que los visitaron, que se acordaban, que seguían en la memoria. Mi abuelita se preocupaba con anticipación de dejar el mausoleo familiar limpio y con flores bonitas, a pesar de que lo visitaba cada semana desde que su mamá mi abuelita Dori falleció.

Desde que era pequeña tenía tanto romanticismo por esta fecha, la muerte me ha inquietado, será por haber crecido en la calle del cementerio al igual que Medardo Ángel Silva y que al escuchar los cortejos con mariachis y acordeones, algo se atoraba en mi garganta y salía al balcón para ver el dolor de la gente.

 A veces veías mujeres gritar del dolor, otras las llevaban del brazo y caminaban con la mirada perdida al final de la Belisario Quevedo para encontrarse con la última morada de su ser amado.

Es complejo hablarles a los niños de la muerte y explicarles que nunca más volverán a ver a ese ser querido, pero es mucho más fácil mantener la memoria de la persona que ya no está.

 Con fotos, frases, anécdotas, videos  es posible mantener los recuerdos de la vida que se fue. “El dolor nunca pasa, se aprende a vivir con él”, es una frase que tomo de una de mis amigas, la más valiente que conozco, que vive con el vacío más grande, perder a su pequeña hija.

 En el cementerio general es triste ver que cada vez hay menos niños que siguen las tradiciones, que saben lo que es recordar a tus muertos con lazos, tarjetas, coronas, en algunos casos colada morada y guaguas de pan.

Y mucho más triste pensar que los adultos ya no construyen memorias para que el día que ya no estén alguien los visite en el cementerio, ponga una flor, cante una canción o eleve una oración.

Esta semana una de mis amigas perdió a su mamá, la encontré serena y con el rostro pálido, me dijo que estaba tranquila, pues había tenido una muerte dulce y expresó una frase que se quedó calada en mi cabeza, “hay que cambiar la forma de ver la muerte, mi mamá vive en mí”.

Esto me hace pensar que la muerte es una parte de la vida, todos sabemos que terminaremos en el cementerio y que algún día nos extinguiremos.

Pero de alguna forma viviremos en los recuerdos de los demás y ¿Qué memorias estamos dejando?

Queremos ser la memoria de alguien que vivió para su trabajo, que nunca ayudo a nadie, que  criticaba y odiaba a los demás, queremos ser la memoria del amable con los suyos pero cruel con los demás, ¿queremos ser recordados como clasistas, racistas, elitistas, amargados o tiranos?.

O seremos de esas memorias que traen un suspiro, que sacan sonrisas, que de inmediato permiten contar anécdotas, que te hacen sacar fotos para mirarlos y recordar con emoción lo vivido.

Al funeral de cada uno de nosotros puede que asistan decenas de personas, pocos se sentarán adelante y llorarán con euforia y dolor profundo, seguramente los más cercanos. Otros lo lamentarán con más recato, y algunos irán por protocolo y se dedicarán a conversar con gente que no han visto en años, algunos mirarán su celular, contarán chistes y ojo nada de esto está mal, todos lo hemos hecho.

Al salir de ahí algunos irán a tomar café, a comer, irán al parque a encontrarse con su familia y otros saldrán de fiesta en la noche y la vida continuará sin ti.

Es la vida, es lo que va  a pasar, pero piensa, ¿cuántas y cuáles  personas se quedarán con un verdadero hueco en su alma porque te fuiste?, ¿cuántas no soportarán el dolor y ver tu cuarto vacío, oler tu ropa, ver tus fotos y llorarán por meses?. Esas personas son en las que vale la pena pensar antes de hablar, antes de herir, son con las que debes compartir tu mejor ropa, tu mejor cara, tu mejor humor y tu más alta tolerancia, con los que debes usar la vajilla especial. Porque muchas veces nos concentramos en el que dirán todas esas otras personas que se sentarán en las demás sillas de nuestro funeral y es muy probable que a ellos no les interese lo que hacemos, y lo que somos.

La muerte de los que amamos que es un recuerdo doloroso una herida que nuca cierra, debe dejarnos la lección de vivir con alegría, de aprovechar cada sentir y cada momento, incluso aprovechar esas memorias para ser mejor con los que sí están aquí.

Pienso que para nuestros muertos somos esas velas que les encendemos bajo su lápida, o ese ramo de flores que le llevamos cada año intentando premiarles por tan bellos recuerdos que nos dejaron y por lo mucho que los extrañamos.

Me gusta pensar que cada vez que salta un recuerdo de ellos, reciben un llamado en el cielo, o un comunicado tipo fax que dice, te están recordando tienes derecho a bajar y estará ahí, pienso que esa memoria les permite recibir un pequeño soplo de vida.

“La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”.  Isabel Allende

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