EL BOGOTÁ QUE ENAMORA

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Foto: Nathalie Aguilera, comunicadora social.

Hace 10 días embarqué un vuelo con destino a Bogotá para llegar al festival Estéreo Pic nic, acompañada de mi novio, con quien teníamos la ilusión de ver a distintas bandas y sobre todo a Blink 182, misma que días antes canceló la gira, y a pesar de las molestias, eso no impidió que nuestro viaje se cumpla y que disfrutemos al máximo la experiencia de esa locura. (Pero bueno el festival amerita otra Columna).

Mientras sobrevolábamos Bogotá las lucecitas minúsculas dibujadas en la tierra, ya anticipaban lo maravilloso de este viaje que en general superó mis expectativas por miles.

Esa ciudad que vi en tantas novelas que me encantan como Café con Aroma de Mujer y Betty la Fea, confieso que siempre imagine que era igual al Ecuador, que no había algo que me pudiera extra sorprender; pero eso precisamente es lo que me fascina de viajar y lo que hace que    cada vez que escuchó ese pequeño clic del cinturón de avión de regreso, me incite a prometerme volver a hacerlo una y otra vez.

Colombia me enamoró, fue de esos amores a primera vista que se vuelve mejor con los días, la enormidad de sus avenidas en las que a pesar de su congestión vehicular nunca te sientes lejos de casa, la belleza de su arquitectura que te hace sentir en el camino amarillo de ladrillos de la ciudad esmeralda del Mago de Oz y la cultura de su gente en todos los estratos.

Cuando Bogotá ya te tiene cautivado por su belleza empieza a enamorarte con la simpatía y amabilidad de su gente, la belleza de sus paisajes, el embriagador sonido de los vallenatos en cada rincón y el aroma del café en todas sus calles.

Después del enamoramiento ya empiezas a acostumbrarte y en poco tiempo sabes pagar en pesos, manejas el sí señora y si señor de los rolos y te dan ganas de tomar postobon, un buen café y comer bocadillos.

El viaje nunca está completo si no te pierdes, si no sientes miedo en un momento, te frustras y desconfías de todo, pero no hay nada más genial que superar esos obstáculos y más si es con el amor de tu vida, con quien recorrí los barrios más gomelos como Usaquén y los más sencillos como El minuto de Dios, subimos al inmanejable transmilenio y caminamos kilómetros probando, mirando y disfrutando.

Este viaje me hizo conocer la riqueza de un país vecino que acoge al ecuatoriano como propio, que tiene maravillas poco reconocidas como la Catedral de Sal  en Zipaquira y el barro La Candelaria que te fascina con sus deliciosos canelazos y su arquitectura tan conservada. En cada fragmento de su historia Bogotá lleva tatuada la lucha y la fortaleza de su gente y se enorgullece de las más simples letras de mi amado Gabo y las pinceladas de Botero.

Colombia es sin duda un país al que anhelo volver y es la fiel muestra de que todo destino que pensamos conocer pero nos es ajeno puede alcanzarse, vivirse y cumplirse para superar lo que pensamos.

A veces se nos plantean cambios en el viaje, pero eso hace que la vida tenga sabor y que te enamores del camino, que ojo no siempre es fácil, a veces tienes miedo y desconfías pero cuando termina siempre quieres volver. Así que disfrutemos todos nuestros viajes y caminos en la vida; no todos tienen aroma de café pero casi siempre terminan enamorándote.

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