Foto: Nathalie Aguilera, comunicadora social.
Antorcha encendida En el centro del mundo No tienes contrincante Por tu belleza singular Dulce corazón del Universo Eres magia que embruja, Seduce y enloquece A todos aquellos Que llegan tus tierras a pisar
Autor: Coronela
Hoy recordamos en medio de un estado de excepción y duelo nacional, los 214 años de independencia del Ecuador. Con ello nuestro pedacito de tierra en el planeta que a veces se confunde con una línea imaginaria que lleva el mismo nombre, dio el ejemplo a las demás naciones de Latinoamérica para buscar la gloria y liberarse de las cadenas españolas con el inicio de una nueva vida.
Parece el fin de una hermosa historia de cuento y aventura en el que todos vivimos felices para siempre. Pero lamentablemente no es así. Con los años los ecuatorianos perdimos las libertades y nos volvimos esclavos de gobernantes, problemas sociales y ahora la inseguridad, el narcotráfico y la guerrilla.
Quiero reflexionar y recordar con ustedes sobre aquel Ecuador que alguna vez todos visualizábamos de niños, cuando la profe nos pedía que pintemos el escudo y la bandera en nuestro cuaderno de ciencias sociales, nos enseñaban el Por Dios juro sagrada bandera y el himno a Paquisha. Cuando escuchábamos las canciones de Julio Jaramillo y se nos erizaba la piel, se cristalizaban los ojos y pensábamos que aquel hombre hizo famoso al Ecuador por ser el ruiseñor de América.
Quiero recordarnos que las mejores vacaciones se vivían al filo de la costa ecuatoriana, con negritas haciéndote las trenzas y tomando agua de coco, recordarte esos paseos que nos llenaba de Estrellas las mejillas escuchando las canciones de Héctor Napolitano y comiendo cangrejos criminales.
Ese país en el que hace un rico solazo bielero, todo es buenazo y se come ricazo, esa patria de la que siempre me he sentido orgullosa y a pesar de las furias y los corajes, siempre se me hincha el pecho cuando escucho su nombre en tierras lejanas.
¡Ecuador, Ecuador mi país!, mi país lacerado que hoy festeja su cumpleaños, atravesando una crisis de la que parece no hubiera escapatoria.
Cuando tenía 7 años mi deber de feriado en esta época fue escribir sobre el Ecuador, nuestra patria de cacao y oro. Y yo lo titulé “Ecuador el país de las maravillas”. Fue ese el título, porque siempre amé la historia de Lewiss Caroll en el que una niña recorría distintos lugares llenándose de sorpresas y conociendo tiernas maravillas.
Pues bien, en mi historia yo caía en un profundo cráter de volcán que me llevaba a conocer las maravillas de mi Ecuador, recorría la Amazonia en una canoa viendo pequeños monitos, peces nadando en el agua cristalina y escuchando el sonido de las hojas agitándose. Después retumbaba en mis oídos la marimba y paseaba por la playa de mis sueños: Esmeraldas, aquí tomaba mi leche de coco y sentía el olor del viento inundado del aroma de cacao y piñas, me sumergía en la calidez de sus olas y en la noche sentía su música tropical, disfrutando con el ritmo y calidez de su gente. En mi sierra paseaba por el Cotopaxi viendo conejos, venados y llamas, conocía a los míticos guardianes del páramo, pequeñas personitas con cara roja quemada por el sol, que me ofrecían su comida de papas y mellocos, me deleitaba con una exquisita chugchucara de mi Latacunga y tomaba un delicioso jugo de ojo de Riobamba, me llenaba de historia conociendo las estrechas calles llenas de iglesias y olor a sumerio.
Al final de mi historia despertaba y me daba cuenta que esas maravillas eran reales, que estaban ahí para que yo y el mundo entero las viviera siempre.
Hoy esas maravillas se mantienen opacadas, quietas, escondidas, cerradas y todos quienes las cuidan tienen miedo, se esconden y sufren este gran dolor de un país que se desangra, y ahora este rincón que nos daba orgullo suena en las noticias del mundo como un lugar inhóspito, un puente de paso de drogas, un líder en asesinatos y terror.
Ecuador se enfrenta a una crisis de seguridad sin precedentes. Rodeado por Perú y Colombia, países que lideran la producción de narcóticos a nivel mundial, hace años se nos había otorgado el apelativo de «isla de paz». Sin embargo, en los últimos años ese imaginario ha estado más cerca de ser un mito que corresponder a la realidad.
Nuestro país de ensueño es ahora uno de los principales puntos de paso de la ruta de la cocaína, que parte desde Sudamérica hasta América del Norte y Europa. Y esta condición hace que en medio de nuestras maravillas se produzcan guerras entre organizaciones criminales rivales, que no solo operan en las calles sino también dentro de las cárceles.
Este declive que empezó en la primera década de este siglo ha ido en aumento progresivamente, hasta convertir a mi Ecuador amazónico en uno de los países de la región con mayores tasas de homicidio, según los datos de la Oficina de Drogas y Crimen de las Naciones Unidas.
Todos sabemos a qué se debe esta situación, algunos lo reclamamos, lo gritamos y pedimos acciones; mientras otros disfrutan del circo implantado y de un narcotráfico que paga campañas y gobiernos y le echa la culpa al inoperante gobierno actual.
En este punto no hay más ciego que el que no quiere ver, y no hay más corrupto que el egoísta que sigue dando votos para agarrar una tajada, o que tiene el sueño de que vuelva una historia que nunca debió iniciar.
Ayer un demócrata, un colega periodista, un padre, un hijo un ecuatoriano como tú y cómo yo, fue asesinado de la forma más cobarde y sucia. Fernando Villavicencio candidato a la presidencia recibió una bala asesina en su cabeza, sin tener la oportunidad de respirar un instante más.
“Yo no sé ni quiero de las razones que dan derecho a matar, pero deben ser la ostia, porque el que muere no vive más”, Otro Muerto, Mecano.
La muerte de Villavicencio no solo debe doler un día, un mes o un año, o quizá solo deba servir para llenar nuestro estado de Instagram con un comentario copiado, diciendo me dueles Ecuador, su muerte debe lacerar al país, y no sólo la suya sino la de los cientos que se producen cada mes en nuestro país.
Su posición crítica durante el mandato de Rafael Correa, nos debe dejar una enseñanza para no ser un títere de nadie, para plantear lo que pensemos a pesar de sonar como peleones, amargados o fregados.
Es importante recordar que días antes de su asesinato, Villavicencio había denunciado públicamente las amenazas de muerte recibidas por parte de un grupo criminal vinculado al mexicano cártel de Sinaloa. “Esto confirma que nuestra propuesta de campaña afecta gravemente a estas estructuras criminales. No les tengo miedo”, dijo ante los medios. Con esto, las investigaciones apuntan al crimen organizado como autor de los múltiples disparos dirigidos al candidato que nunca podrá hacer una nueva investigación, tomar un micrófono, o abrazar a su esposa e hijas.
Cuando estas cosas pasan, el Ecuador esta muy lejano de ser una maravilla, distante de ser lo que fue hace 20 o 30 años y mucho más remoto de aquel 10 de agosto en el que el país empezaba a brillar con luz propia.
Hoy quiero pedirles a mis lectores que reflexionen su voto, no soy quien para decir por quien votar, y sí, hay un abanico de posibilidades, lo que tampoco ayuda al país.
Sin embargo, al momento de rayar la papeleta piensa en quienes acaban con nuestras maravillas, quienes perturbaron nuestra paz y nuestra unidad como país.
Los delincuentes y bandas militares pueden ser miles pero nosotros somos 18 millones que podemos cambiar el rumbo de las cosas, tenemos el poder de volver a la calma y sacar a los responsables de esta pesadilla.
Esta semana se cumplieron 2 años de la muerte de mi abuelo, un ecuatoriano que se conocía la más remota hueca de Quininde, Loja y Tulcán; un hombre que se ponía terno para votar y se quedaba firme cuando escuchaba el himno nacional, que se informaba todos los días de lo que pasaba en su país, en su ciudad en su barrio y pedía respeto para los que en ese entonces sí eran autoridades.
Si hablara contigo, quisiera decirte Alfonsito que ese país de las maravillas que conocíamos aún existe, que en las noticias ves mucho más que balaceras, asesinatos e insultos, quisiera decirte que en este 20 de agosto tomamos las mejores decisiones y esa libertad por la que hace 214 años peleamos como ecuatorianos hoy es una realidad, quisiera contarte una historia con final feliz, pero parece que en el fondo el país de las maravillas solo fue un sueño que se transformó en pesadilla cuyo villano es su propio pueblo: corrompido, ciego y manipulado.